Paseo por el bosque de Irati

 

Visitar la Selva de Irati, en pleno Pirineo oriental navarro, en la cabecera de los valles de Aezkoa y Salazar, es un placer en cualquier época del año, pero hacerlo en otoño se convierte en un auténtico regalo para los sentidos: bosques cubiertos de hojarasca y hayas centenarias que marcan de ocre y amarillo el paisaje.

Una época en la que el segundo hayedo-abetal más extenso de Europa después de la Selva Negra de Alemania invita a conocer su pasado a través de paseos en BTT o andando, como el nuevo sendero interpretativo Errekaidorra, que muestra cómo se usaban los recursos forestales de Irati.

Las 17.000 hectáreas de la Selva del Irati presentan en otoño una transformación mágica que llena de colores ocres y rojizos sus bosques, aumenta el caudal de sus arroyos y torrentes y alfombra sus caminos de hojarasca. Un tesoro natural con gran valor ecológico que cuenta con dos Reservas Naturales, la de Mendilatz y Tristuibartea o Ariztibarrena, y la Reserva Integral de Lizardoia.

 

Paisaje otoñal en el bosque de Irati

 

El mejor consejo para descubrir este paraíso es hacerlo con tiempo, sin prisas, perdiéndose por los múltiples rincones que atesora y que sirven de morada a personajes mitológicos como las lamias o el Basajaun (‘señor del bosque’). Tampoco hay que asustarse si, entre sus árboles de más de 60 metros de altura, aflora un sonido estremecedor. Es la berrea, un ruido largo y profundo que emiten los ciervos machos en la época de celo.

La Selva de Irati tiene dos puertas de entrada en Navarra: la occidental, desde Orbaizeta, y la oriental, desde Ochagavía, una localidad que podría ser la perfecta postal del Pirineo navarro con sus calles empedradas, sus cuidadas viviendas de tejados empinados y su río con un viejo puente medieval.

Desde ambos pueblos parte una carretera que desemboca en el punto de información de Arrazola, para quienes vienen de Orbaizeta, y en el punto de información de las Casas de Irati, para quienes lo hacen desde Ochagavía.

 

Todo esto sin olvidar la sabrosa oferta gastronómica local que se ofrece por todo el valle. Como las migas, un plato pastoril a base de pan seco hecho en la sartén con grasa de tocino y longaniza, la ternera y el cordero lechal, o la trucha a la Navarra, frita con jamón.

Otra posibilidad son las exquisitas setas, como los perretxikos en primavera y los hongos en otoño, o las piezas de origen cinegético, como el ciervo, el jabalí o la paloma. Y para terminar, una cuajada o queso de Denominación de Origen Roncal y un pacharán navarro, muy digestivo.